viernes, 9 de noviembre de 2012

'On The Road' (Walter Salles, 2012) | El daño de lo moderno

Ayer vi 'On The Road'. Me ha parecido una mierda. Creo. Sobre todo como adaptación. Tampoco me ha sorprendido, era difícil adaptar la orgía de pensamientos y hechos que narra Kerouac en el libro. Simplemente, no creo que pille el concepto real al que se enfrenta la historia de Sal Paradise. Y por supuesto, como era de esperar, no funciona nada bien como película.  Resulta un intento artificioso de historia poco convencional, apoyándose en una vacía estética de 'nouvelle vague', road movie y rollo pop-indie-moderno bohemio que no tiene nada que ver con la esencia de la historia y que se vuelve superficial, vacía y demasiado obvia, especialmente en el tema de las drogas y el sexo.

Siento caer en la continua comparación con el original de Kerouac, pero en este caso se me hace inevitable. Precisamente lo positivo de la experiencia que te da el libro es la ambigüedad con la que recibes un texto que necesita ser más bien sentido, y no interpretado literalmente, que es lo que al fin y al cabo termina haciendo la película. Walter Salles se mete en un fregado que parece no saber llevar a un término concreto, así que se dedica a contar lo que pone en el guión, o eso parece, sin indagar realmente en las motivaciones de lo que transcribió Keroauc, y el poco sentido que le da a la película se aleja totalmente de su esencia. 

Ni siquiera el reparto la salva, empezando por ese Sam Riley que intenta componer un Sal Paradise nada enigmático, ni sufrido, ni hambriento de aires nuevos y verdadera experimentación pero contenido. Personalidad distinta, eso sí, a la de Moriarty, que por supuesto es más alocado y arrastra más inseguridades. Esto sí se percibe en el libro y en la cinta. Garret Hedlund, a pesar de que me indignó la escena turbia que tiene con el personaje de Steve Buscemi (tengo que revisar el libro, no me suena de nada que estuviera ahí), consigue acercarse más a Dean Moriarty, aunque no imaginaba tan transparente. Una cosa es que sea extrovertido y excesivamente impulsivo, precisamente por su tremenda inestabilidad y frustración, en continua búsqueda de un trozo que le falta, y otra cosa es que sea evidente, obvio. Nada en el libro de Kerouack se obvia. La mejor muestra de este fallo garrafal es por ejemplo lo literal que se hace la homosexualidad de Carlo. Es un personaje que leído se adivina más bien ambiguo, pero para nada puedes llegar a colocarle una etiqueta definitoria, ni siquiera la de bisexual. Es Carlo Marx, joven, confundido y bohemio. Viggo Mortensen y Kristen Dunst cumplen sin más. Y sorprende ver a Elisabeth Moss (Peggy de 'Mad Men') en otro papel de época, pero muy distinto al personaje de la serie de AMC.



Por otra parte, pese a que sin temor a ser malinterpretado me pareció curioso (para bien) ver desnuda a Kristen Stewart de cintura para arriba, su actuación es (es)forzada y ridícula. De alguna forma pone en evidencia el intento fallido propio de la película de llevar algo poco tangible a un medio tan tangible como una pantalla de cine. Hay retrato, hay simple plasmación, que es lo adecuado, pero se queda vacía, se queda insustancial, y los personajes terminan resultando una parodia de sí mismos (Kristen Stewart extasiada cuando baila es de vergüenza ajena).

A favor tiene una buena fotografía y algún buen toque que le da la música de Santaolalla, experto en estas lides. Hasta en eso hay cliché: "vamos a poner a Santaolalla a componer la música, que le pega el rollo este desarraigado y árido del viaje existencial". El músico ya colaboró con Salles en 'Diarios de motocicleta', mejor cinta que esta reciente.


En definitiva, insisto, no funciona como película, porque como decía necesita ser experimentada, sentida en el cerebro. Kerouac recitaba sensaciones. Es difícil plasmar sensaciones tan exuberantes y abstractas pero a la vez tan concretas, por vividas. Y aun así él lo hizo bien escribiendo. Walter Salles no lo ha hecho bien dirigiendo. No pretendo mitificar la historia de Kerouac. Los hechos son los hechos, y no fueron grandes hazañas. El viaje de Sal Paradise se envuelve, de hecho, en mucha naturalidad y pocos aspavientos, pasajes muy habituales, muy humanos, algunos incluso aburridos, más allá de los ratos surrealistas de sexo, jazz y drogas, siempre presentes de fondo. Personalmente creo que para acercarse un poco a la esencia debería haber tirado más por el rollo de un film realmente sincero en su desarraigo cultural como 'Easy Rider', por ejemplo. O haberse rodeado de un halo de filtros desgastados, mezclas incómodas de sonido e imágenes, mucho más humo, más ruido de bares, mucho más sudor (y hay para rato), envuelto con más música, y quizá más esencia del subconsciente. Quizá debería haber tirado directamente de simbolismo, sin miedo a hacer una película aparentemente inconexa, pero habría sido demasiado atrevido y poco rentable.

Por suerte, la película será rápidamente olvidada, mientras que el libro seguirá siendo de lo más vendido en EEUU, para seguir difundiendo esos folios que pegó Kerouac con celofán para no interrumpir el flujo mientras escribía.

'On The Road' cabrea porque parece ser pretendidamente hipster, pero no hipster de la generación sesentera beatnik o del consecutivo despertar sexual y cultural hippie de Woodstock del 69.  Sino hipster del Starbucks, gafas de pasta e ideales de contracorriente prostituidos por un vanguardismo pop. Es la ironía de lo moderno. En cualquier caso, no tengo derecho a condenarlo, porque yo tampoco he estado en Woodstock ni en el EEUU de los 60. Nadie puede ser un beatnik puro, auténtico, sobre todo por lógica temporal y cultural, víctimas de lo que nos ha tocado. Sólo nos queda beber de la nostalgia, aunque sea de un pasado ajeno.
"The one thing that we yearn for in our living days, that makes us sigh and groan and undergo sweet nauseas of all kinds, is the remembrance of some lost bliss that was probably experienced in the womb and can only be reproduced (though we hate to admit it) in death." - Jack Kerouac, On the Road, Part 2, Ch. 4

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